Parecía que era para él como una especie de rito prepararse al sueño por la meditación en presencia de los grandes espectáculos que ofrece el cielo por la noche. Algunas veces, a hora bastante avanzada de ésta, si las dos mujeres no dormían, le oían pasear lentamente por las calles del jardín. Hallábase allí solo consigo mismo, recogido, apacible, adorando, comparando la serenidad de su corazón con la serenidad del éter, conmovido en las tinieblas por los resplandores de Dios, abriendo su alma a los pensamientos que brotan de lo desconocido. En aquellos momentos, cuando a la hora en que las flores nocturnas ofrecen su perfume, ofrecía su corazón, ardiendo como una lámpara en el centro de la noche estrellada, esparciéndose en éxtasis en medio de la irradiación universal de la creación, ni él mismo hubiera podido decir lo que pasaba en su espíritu. Sentía algo que se lanzaba fuera de él, y algo también que descendía sobre él. Misteriosas relaciones entre los abismos del alma y los abismos del universo.
Víctor Hugo.