jueves, 25 de marzo de 2010

El caminante sobre el mar de nubes.

Hoy, invito a una reflexión sobre la vida, sobre el viaje o el camino que recorremos, sobre la muerte, sobre la gente que viaja con nosotros hasta ese momento, y sobre la gente a la que acompañamos nosotros en su viaje. Para ello, este cuadro del pintor romántico Caspar David Friedrich muy conocido y un texto escrito por mí, que refleja mi propia reflexión cuando me paré ante el cuadro por primera vez.





El caminante comienza su camino en el fondo de la montaña, si se le observa desde arriba es algo insignificante, casi no se ve, es tan pequeño… Pero allí comienza su viaje. Primero un camino no muy abrupto acompañado de los que les gusta dar un pequeño paseo por la mañana, un camino llano, rodeado de zonas de hierba donde tumbarse a descansar, árboles y, como digo, gente. Si se cae, le ayudan a levantarse, si tiene hambre o sed, le dan de comer o de beber, si tiene frio lo abrigan…


Sin embargo es solo el principio del camino, nuestro caminante no da un pequeño paseo matutino, continua andando y llega un momento en que la mayoría de esa gente se da la vuelta… a partir de aquí, el caminante continúa casi solo y empieza a conocer mejor a esas pocas personas que quedan a su lado, y decide que caminará el resto del tiempo con algunas de ellas. Pero para llegar a la cima de la montaña hay muchos caminos y cada cual decide por el que continuar de tal manera que esas personas se separan.


Y así, el caminante se separa de esa gente con la que pensaba caminar siempre y debe conocer a otros caminantes y poco a poco va avanzando en el camino hacia la cima. Para llegar allí hay que atravesar una gran cantidad de bosques, hay que subir grandes cuestas, hay que bajarlas, unos caminos son más difíciles, otros más sencillos, hay cuevas y lugares oscuros, hay que atravesar ríos enormes, los pequeños pueblos de montaña que ayudan a descansar… Todos los lugares son más fáciles de atravesar si el caminante cuenta con la compañía de otras personas, ni siquiera un precioso amanecer o el caer de un día son bonitos en la soledad, el caminante necesita gente… Sin embargo, su forma de ser es tan complicada, que a veces prefiere caminar solo y decide separarse durante un tiempo de las personas que le acompañan, viajando solo, puede perderse y lo sabe, por eso cuenta con grandes flechas amarillas que le dictan el camino a seguir. Tras pequeñas etapas de soledad, el caminante decide buscar a la gente que le acompañaba y se reencuentra con ellos, y todos van siguiendo flechas amarillas, pero estas a veces no coinciden con las del caminante. Y por eso el caminante, que le gusta compartir las flechas, va rodeándose de gente que sigue su mismo camino. Le gusta encontrar a gente que comparte sus flechas, gente con el mismo camino que él y aunque a veces le cuesta encontrarles, nunca pierde la esperanza de hacerlo porque en el fondo sabe que hay más personas en su mismo camino y que tarde o temprano, las encontrará.


Caminando de manera constante, al final llega siempre a la cima y desde ella, contempla todos los caminos andados que lo han convertido en quien es, todos los obstáculos superados, los lugares visitados… pero en la cima está solo y se pregunta por qué, si ha seguido todas las flechas, no encuentra a nadie arriba. Y finalmente, lo vemos, por encima de las nubes, en un inmenso mar de nubes sobre el que, durante la noche, en el momento último del trayecto deja de caminar, descansa y observa el abismo que queda bajo sus pies… en él por fin encuentra gente, y son todas las personas a las que ha conocido en el camino, todos. Los que al principio del camino le acompañaban y lo cuidaban, los que fue abandonando al elegir otros caminos, los que compartían sus mismas flechas, con los que se encontraba a gusto, los que solo tuvo la oportunidad de conocer en un pequeño lugar de descanso, todos están en ese abismo. Y uno de ellos, posiblemente quien más flechas compartía con él, o quizás el propio artista que pintó las flechas amarillas para él, sale a su encuentro, le toma de la mano y le ayuda a andar, porque está muy cansado; ambos se hunden en ese mar de nubes, unidos, hasta que el mar desaparece, y con él su cansancio, y descansa para siempre.


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